◖ Epílogo ◗
Tiempo después.
VÍKTOR.
La oscuridad había acabado y por fin podíamos ver juntos la claridad de un nuevo día...
Íbamos caminando por la acera, tomados de las manos y regalándole una sonrisa a cada persona que cruzábamos. Se podría decir que éramos la pareja más perfecta y feliz del planeta, y queríamos que todos los supieran.
Habían pasado algunos meses desde lo sucedido en el psiquiátrico, y ese tiempo nos había beneficiado para bien, tanto emocional como psicológicamente; mi esposa poco a poco volvió a ser la misma de la que me enamoré, su trastorno de personalidad desapareció como por arte de magia, era como si el salir de aquel edificio le hubiera ayudado, como si eras frías y descoloridas paredes tuvieran el poder de crear y quitar desorden mentales a quienes entraban o salían de allí. Pero eso no significaba que todo había vuelto a la normal, ella aún podía ver y oír a esa silueta de ojos rojos aunque no era como antes. Quizá lo necesitaba como amigo, y, al no tener a nadie más que no fuera yo con quien hablar, usaba a esa entidad como confidente. Porque, por más que lo intentó, las personas preferían mantenerse lejos de ella, así que aunque quisiera socializar, no funcionaba como lo esperaba.
Sabiendo eso, dejé pasar el hecho de que el ser tenebroso seguía estando presente en su vida, y agregándole que estábamos en un país nuevo, no era favorable que continuara sola y sin compañía.
Sí, habíamos viajado a Chicago hacia unos meses atrás, y a Alejandra le agradó tanto que decidimos establecernos; el lugar era perfecto para comenzar una nueva vida, aun cuando no conocíamos a nadie. Ed decidió volver a Alemania con su familia para dejar que, tanto como su esposa como su hija, conocieran cómo había sido su pasado. De vez en cuando hablábamos por llamada y nos poníamos al día sobre cualquier situación, la mejor parte era escuchar la voz emocionada de mi sobrina cada vez que me contaba sobre algo nuevo que veía. Siempre nos dejaba en claro cuánto nos quería y echaba de menos.
Había sido difícil decir adiós, pero sabíamos que era lo mejor. Teníamos que estar lejos ya que el caso del psiquiátrico en Londres aún estaba en investigación, y no queríamos que nos descubrieran en un mismo sitio ya que sería muy arriesgado y no habría forma de escapar.
Todavía recuerdo el encabezado del diario: «“Los profesionales también pueden ser pacientes: el director del psiquiátrico más prestigioso del país asesina a sus guardias, incendia el edificio y se encierra en una de las habitaciones del lugar.”». Leer que mi idea había salido tal cual la había pensado, me alegró mucho. Léonard fue culpado por la masacre de esa noche, y aunque recibió quemaduras tuvo que ser encarcelado. También comentaban que había hablado de nosotros, pero como no encontraron nada que asegurara lo que decía, salíamos impunes. Cosa que nos beneficiaba, pero eso no quería decir que no teníamos que estar constantemente vigilando nuestras espaldas.
Pero eso no nos preocupaba tanto, ya que sabíamos que podíamos salir ilesos si algo malo llegaba a suceder. Si pudimos salir del edificio sin ser descubiertos, podíamos con todo, ¿No? Solo era cuestión de saber cómo actuar y no dejar que el miedo nos consumiera.
El aniversario de la muerte de nuestra hija fue uno de los momentos más duro para nosotros, tuvimos que ser sigilosos a la hora de volver a Londres y visitar su lápida; ver a mi esposa en el suelo y sollozando desconsoladamente fue algo que constantemente revivo en mi cabeza. Quizá podía hacerme el fuerte e incluso parecer alguien sin corazón por no expresar dolor por algo así, pero nadie podía asegurar que era insensible, porque nadie me había visto llorar en las noches viendo la foto de mi hija. Aunque por fuera demostrara ser alguien que nada podía acabar con él, por dentro, en la privacidad de mi casa, parecía un niño perdido, asustado y triste.
Era abrumador querer mostrar mis verdaderas emociones y no poder hacerlo; mi carrera no me lo permitía, y era consciente de que eso, en ese caso, no era bueno. Mi profesión no me dejaba ser débil, porque ya tenía incrustado en mi cabeza que de nada servía encerrarse en el dolor y no soltar. Y por más que quisiera, no podría caer en el pozo de la depresión.
Me había centrado tanto en no demostrar nada, que había perdido esa esencia fundamental que me hacia humano.
Pero mi esposa lo entendía, así como yo la ayudaba a superarlo, ella lo hacia conmigo. Su compañía y compresión fue lo que me permitió tratar de abrirme un poco más a las demás personas. Pero eso no significaba que aún no creyera que uno debía de cuidarse de cierta gente que haría daño sin sentir resentimiento… porque yo era uno de ellas.
Sabía que Alejandra necesitaba ayuda, pero a la vez sabía que el mundo era demasiado grande como para buscar un profesional que realmente hiciera diferencia.
A veces, no había que pelear contra el problema, sino unirse a él.
— ¿Qué sucede?— le pregunté, su silencio me preocupaba.
Había superado tantas cosas, que se me hacia imposible no decir que era la mujer más fuerte y maravillosa que había conocido jamás, sin embargo, sabía que no podía con todo. Parecía una roca, pero en el fondo era solo agua, cristalina y pura… algo débil que se te podía escurrir entre los dedos tan fácilmente.
Así era mi mujer, quien en ese momento solo miraba al frente, sin intenciones de posar sus bellos ojos en mí. Comprendí que necesitaba su espacio, a lo mejor se estaba cuestionando si debía o no decirme en qué pensaba. Porque aunque fuera mi esposa, ella era alguien que podía sentir y pensar cosas que, quizá, nunca sabría con exactitud. Eso era lo que más detestaba, necesitaba que se abriera, necesitaba que pusiera todos sus problemas en mis hombros y yo prometía solucionarlos. La amaba tanto que no quería que se preocupara ni por la mínima cosa, deseaba que fuera feliz y que no hubiera nada que la atormentara.
Hubiese sido capaz de destruir el mundo entero con tal solo una palabra suya.
— ¿Has notado cómo me miran las personas? Estoy segura de que creen que soy una loca.— dijo, mostrando su media sonrisa, tan prefecta como siempre.
Esa era otra careta que quería destruir. En los últimos meses había tratado de sonreírle a todo, mientras que por dentro estaba rota. Quería verse segura y sin inquietudes… como si intentara ser otra persona, alguien que ocultaba su verdadero dolor detrás de un gesto.
— Lo sé, pero eso no debe de preocuparte. Podríamos arreglarlo.
— ¿Cómo?
— Hablando con ellos, haremos que vean la realidad. Pronto notarán que son ellos los locos que viven en un mundo donde nada es lo que parece.
— ¿Crees lograrlo?
— Por supuesto que sí.— coloqué mi mano en su mejilla, pidiendo que confiara en mí— Tú no te preocupes, esas personas verán todo como nosotros. Supongo que siempre tuvieron curiosidad de cómo actúan o piensan los dementes, ¿No es así?— indagué, a lo que solo asintió— Estupendo, serán muy bien recibidos aquí… jugaremos con sus mentes, así como ellos juegan con las nuestras.
Sí, era un psicólogo hablando como si fuera un paciente, ¿Y qué? Sería capaz de hacer eso y mucho más. Y a lo mejor dejé a un lado mi profesión en ese momento, pero era lo único que podía asegurarme que Alejandra estaría bien. Me había aferrado a la idea de que si yo no podía ayudarla, entonces buscaría a una persona que intentara hacerlo, pero a la vez dejaría que mi mujer se divirtiera un poco. Si esa persona no ayudaba, lo lamentaba por ella porque se volvería loca.
Yo tenía una actriz a mi lado, y eso me hacia victorioso en todo.
— ¿Estás seguro que lo lograrás? ¿Crees que puedas dañar sus cabezas?— estaba un poco inquieta, tanto que ni siquiera notó cuando comenzó a golpear sus nudillos sobre mi pecho.
Sonreí porque ella copiaba mi maniático comportamiento, y también porque ese día le demostraría que cada idea que tenía, la convertía en realidad.
— No, no lo creo. Estoy seguro de que lo haré.— le informé, deteniéndome frente a la casa de nuestra próxima víctima— Es hora de demostrártelo.— anuncié, a lo que Alejandra solo asintió.
La nueva etapa estaba a punto de empezar. Era tiempo de que se abrieran los telones, porque la función apenas comenzaba.
ALEJANDRA.
Todo había sido maravilloso, desde que recordé mi vida con Víktor hasta ese entonces.
El recuerdo de Ed fue algo que me dejó muy sorprendida, éramos buenos amigos y aunque no pareciera, él me quería mucho. Revivir cada charla fue un poco confuso, pero con el paso de los días pude entenderlo todo.
También pude aceptar el hecho de que mi esposo no era tan demostrativo, emocionalmente hablando. Me amaba, eso me lo decía a diario e incluso hacia cosas para que yo no dudara de su afecto, pero el no mostrar alguna emoción a la hora de ver la lápida de nuestra hija, fue algo que no comprendí a la primera. Sabía que Víktor había crecido en un orfanato, donde su único compañero y amigo fue Ed, y que, tal vez, el no tener familia le había afectado de tal modo que no podía confiar en nadie, pero quería hacerle ver que no todas las personas lo dejaríamos de lado, no todos lo abandonaríamos como lo habían hecho sus padres.
Quería ayudarlo a que saliera de aquél oscuro pasado, y que viera el presente y futuro brillante que teníamos juntos. Pero supongo que no todos aceptan la ayuda, y algunos por más que la tuvieran, no veían la diferencia… incluyéndome.
A pesar de que en todos esos meses tuve a mi esposo como psicólogo, eso no interfirió en que pudiera ver y oír a la silueta todos los días. Estaba agradecida por ello, necesitaba a alguien con quien platicar, aunque supiera que solo era mi mente la que se encargaba de que él apareciera.
El comenzar una nueva vida en otro país, no fue tan agradable y entretenido como lo creí. Llevábamos tiempo allí y todavía no tenía amigos, y por más que tratara de dialogar, ni siquiera los vecinos intentaban conocerme. Me afectó mucho eso, a tal punto que quise olvidarme de todo. Y no era literalmente, solo quería dejar de sentirme insuficiente para los demás, quería que me vieran como alguien normal… alguien sin problemas.
Pero aunque creara una fachada, parecía no funcionar. Así que, simplemente, dejé de Víktor se encargara.
Pensaba que un profesional solo buscaba la mejoría de sus pacientes, pero mi esposo no seguía las reglas. Al ser yo de quien se trataba, él era capaz de dañar a todos con tal de que me sintiera feliz. Quizá estaba mal, pero no me importaba.
Y como ya había dicho en el comienzo: los dementes hacían el mal creyendo que estaba bien. Y aunque en ese caso no fuera así, no hice nada para evitarlo, por el simple hecho de que quería que otros se sintieran como yo.
Por esa razón era que estábamos hablando con la dueña de una bella y acogedora casa, quien supuestamente sería mi nueva psicóloga. Agradecía que Víktor fuera tan complaciente conmigo, que me dejara divertirme, aunque eso significaba ir en contra de su vocación.
— De acuerdo, mi nombre es Alicia y es un placer tenerte el día de hoy, Alejandra.— me sonrió.
Era una mujer bonita, con su cuerpo de pasarela, su cabello platinado y sus ojos claros. Podía sentirme intimidada ante su presencia, pero solo bastaba ver a mi esposo para saber que yo era la mujer más hermosa en esa casa. Sus ojos solo brillaban por mí, ni siquiera se le había quedado mirando por más de un segundo, dándome a entender que para él, Alicia no existía.
— El señor Heber me ha contado sobre su hija.— comentó, llamando mi atención— Lamento mucho su pérdida.
«Y ella lamentara mucho el haberte conocido» murmuró la silueta dentro de mi cabeza «No pierdas tiempo y envíala al país de las maravillas. O mejor dicho, al país de la demencia.»
No pude evitar sonreír como desquiciada, esa había sido una buena idea. Después de todo mi esposo me había llevado allí para que me divirtiera, no le daría tiempo a que tratara de forjar su profesión conmigo.
— Alejandra, ¿Quieres contarme como te sientes?— indagó.
No, no quería.
Negué con la cabeza, no necesitaba la maldita charla repleta de palabras sin sentidos, y preguntas en exceso para que, al final, solo decían que la próxima sesión sería más entretenida. Eso era mentira, lo único que hacían eran interrogarte, intentar conocerte más y cobrar dinero. Y a lo mejor, no era en ese orden.
— Bien, entonces, ¿De qué quieres hablar?
— Antes que nada, ¿Puedo preguntarle algo, doctora Durán?
Ella abrió en grande sus ojos.
Se sorprendió tanto que comenzó a mirar hacia todos lados, tratando de ver su apellido en algunas de las paredes de la sala, y no, no estaba por ningún lado. Mi esposo me lo había dicho solo que ella no estaba enterada y yo no iba a arruinar mi diversión al decírselo. La mente de las personas era tan débil que solo bastaban algunas frases para llevarla a la locura. Y si las palabras no funcionaban, entonces había que tener diversos métodos para crear el mundo que habías planeado… dándole vida a los hechos inventados.
Miré a Víktor, quien estaba a mi lado tomándome de la mano. Pude observar su sonrisa, y luego como asintió, dándome su aprobación. Me emocionaba esa situación, y más al saber que mi esposo estaba de acuerdo con mis actos.
— ¿Cómo sabe mi apellido?— preguntó, confundida y temerosa.— ¿El señor Heber se lo dijo?
— No, no lo hice.— mintió sin descaro.
«Es hora del show. Haz tu magia, amada creadora» me animó.
— Lo adiviné, pero mejor olvídese de eso.— hice un ademán, quitándole importancia — Dígame… ¿Alguna vez ha soñado con ojos rojos?— sonreí cuando oí la risa maliciosa de la silueta.
Y es que, así como todo iniciaba, tenía su final. ¿Y qué mejor que dar por finalizada mi historia con el comienzo de su locura?
Al fin y al cabo, así era el ciclo de la vida...
THE END.
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